Salinas de Cabo de Gata
Este paisaje antropizado abarca una superficie de 400 hectáreas y es la única salina de Andalucía oriental. La explotación de la sal en La Almadraba de Monteleva del Cabo de Gata ha existido desde tiempos de los romanos. El proceso se inicia al introducir agua de mar en las balsas de la albufera para que se vaya evaporando y deje como sedimento la sal, elemento muy preciado a lo largo de la historia.
Las salinas no son estructuras arquitectónicas que busquen y utilicen la luz como objetivo. No obstante, podemos tomarlas en consideración ya que son paisajes adaptados por la mano del hombre, que necesitan la luz del sol para llevar a cabo el proceso de evaporación y obtención de la sal.
En el caso de estas salinas, en las primeras décadas del siglo XX se construye un barrio para proporcionar vivienda a los trabajadores y sus familias, encargados de la explotación salinera y de la recolección de la sal. Anteriormente se había venido contratando a pescadores de la zona que alternaban un trabajo con el otro. Pero la intensificación de la actividad conllevó la necesidad de contratar personas fijas y, por tanto, a construir el asentamiento de las salinas y la iglesia, inaugurada en el año 1907, uno de los símbolos más reconocibles de la zona.
La contemplación de estas balsas y los juegos que el sol hace a lo largo del día son muy interesantes. Sin embargo, es al atardecer cuando las salinas del Cabo de Gata adquieren tonalidades y colores destellantes, que además perfilan las construcciones del barrio y de las propias montañas de sal.
El entorno desértico y sus colores de pálidos ocres acentúan los efectos del sol, y las delgadas líneas de tierra que separan las balsas producen tramas geométricas muy atractivas. Hay un instante en el que la luz de frente es tan potente que en la retina solo percibimos los naranjas más intensos y lo demás son sombras que van desde las grises azuladas a las más negras.