Rutas y paseos con Muñoz Rojas por Antequera y su entorno

Enamorado del campo de la Vega de Antequera, construye verso a verso su poesía intimista, contemplativa y sencilla.

José Antonio Muñoz Rojas. (Antequera, 1909 - Mollina, 2009)

El poeta discreto

Poeta, traductor, humanista. Premio Nacional de Poesía, Hijo Predilecto de Andalucía, Medalla de Oro de Antequera. Nace en el seno de una familia de propietarios acomodados de la Vega antequerana, un paisaje que siempre estará presente tanto en su literatura como en su vida. La tierra, la vegetación, las labores del campo, los caminos, los animales y las gentes de Antequera serán retratados en su madurez por Muñoz Rojas de forma magistral, con el lirismo sencillo, íntimo y sin estridencias que caracterizan sus versos y su prosa.

Estudió en los Jesuitas en Málaga, siguió sus estudios en Madrid, donde hace Derecho, profesión que nunca ejerció Antonio Machado influye en su poesía y tiene grandes amigos en la Generación del 27, como Vicente Aleixandre.

Se inscribe en la Generación del 36. En Cambridge (Inglaterra), donde es lector de español, se relaciona con Unamuno, Cernuda, Leopoldo Panero y y T.S. Elliot.

Vive entre Antequera, Málaga y Madrid donde escribe en 1951 su mejor obra, Las cosas del campo. Con Objetos Perdidos obtiene el Premio Nacional de Poesía.

Muere en Mollina, pueblo de la comarca antequerana, con extensos campos llenos de vides, olivos y trigales y cerca de la laguna salada de Fuente de Piedra, con sus atardeceres color violeta. José Antonio Muñoz Rojas tenía en sus venas el campo, sus gentes y, sobre todo, Antequera, su amor real.

Casería del Conde

Era su casa y su refugio, entre jaras, lentiscos y nomeolvides. En la alberca de su jardín daba unas brazadas y se refrescaba de la pachorra que aplana la campiña antequerana en los meses veraniegos, acompañado por un sauce llorón y un brazo de agua que había descubierto un zahorí.

Había nacido en la calle Comedias, cerca de la plaza del Coso Viejo, pero era en este cortijo donde Muñoz Rojas vivía su pasión por el campo. De él escribió el Nobel Vicente Aleixandre que "era como un caballero andaluz que conoció las faenas del campo, vio el paso de las estaciones, subió en el carro de la barcina, trilló en la era, salió con los aceituneros en las madrugadas de invierno, se sentó a la chimenea con los viejos y creció con los jóvenes”. Montar a caballo, pasear con sus perros, observar la naturaleza era como el agua fina que va calando su memoria y recuerdos que, años más tarde, volcaría, quizás, en su mejor libro: Las cosas del campo.

Su tierra era parte de su alma y allí creó una rica y valiosa biblioteca como si fuese un santuario.

Todos sus libros y documentos enriquecerán la Real Academia de las Nobles Artes de Antequera.

‘Las cosas del campo’

Escribe en 1951 Las cosas del campo, cuarenta prosas, con visión poética, sobre el campo, con un lenguaje muy sencillo. La comarca de Antequera con la majestuosidad del paisaje lunar de El Torcal por un lado y por el otro la Peña de los Enamorados, ya en Archidona, es su mundo. Conversaciones e historias humanas de quienes dan vida a la inmensa llanura como Miguelillo el Pavero, Narciso el cantor, Juanillo el loco, Dolores y el paso de las estaciones, con sus siembras, las vendimias, los pedriscos… son recuerdos de sus primeros años en la vega de Antequera, el paraíso infantil que tanto le subyugó.

Muñoz Rojas se siente campesino en su Antequera natal y construye verso a verso su poesía, llena de un lirismo sencillo, íntimo y sin estridencias que caracteriza sus obras. Aunque estudia en los jesuitas de Málaga siempre tiene el deseo de volver a Antequera.

Antequera, con su espléndido legado histórico desde las necrópolis prehistóricas, es para Muñoz Rojas el mejor alimento para sus libros. Una Antequera, como escribe, "recostada y extendida, de las muchas iglesias y tejados blanqueado; vestida con sus galas barrocas y el alegre repique de sus mil campanarios; recogida en sus patios y compases, limpia y reluciente en sus calles”.

Y recrea la Real Colegiata de Santa María Mayor, renacentista y de artesonado mudéjar, con la torre a la que llaman Papabellotas. Y ya bajando a la ciudad habla del Arco de los Gigantes, erigido en honor de Felipe II (1585) utilizando piedras con inscripciones latinas de la época bética. Lugares míticos y fuente de inspiración como las iglesias donde ha rezado, el castillo que domina la ciudad, las calles por las que ha transitado.

Antequera por amor

Muñoz Rojas hace suya la divisa del escudo de la ciudad: "Antequera por amor”, con sus leones y su jarra de azucenas y era usual verle con su figura enteca y alargada; de frente despejada y mirada apacible paseando por las callejuelas de trazado andalusí del Coso Viejo y soñar viejas historias ante la Colegiata de San Sebastián, con su torre mudéjar, y que es foco cultural visible desde muchos lugares de la urbe.

Y de ahí, en sus paseos de media tarde, visitaba la fuente renacentista y el arco del Nazareno hasta seguir al templo de la Encarnación, de artesonado mudéjar, la Iglesia de San Agustín y, más abajo, el remozado Palacio Consistorial y la Iglesia de San Juan de Dios.

Antequera en su historia es tan espléndida y monumental que siempre otorga a Muñoz Rojas elementos suficientes para recrear, de forma poética, su amor a la piedra, a la piedra labrada, a la piedra cargada de historia y humanidad.

Hay un paseo que arranca en el Palacio de los Marqueses de la Peña de los Enamorados y avanza hacia el antiguo Real Monasterio de San Zoilo en la Plaza San Francisco y la Iglesia de San Pedro .

Muy cerca de la Alcazaba bien merece hacer una pausa para visitar el Museo de la Ciudad de Antequera, antiguo Palacio de Nájera, donde se expone el famoso Efebo de Antequera, bronce del siglo I encontrado en La Vega. A la izquierda está la Iglesia de Santo Domingo y más al sur la plaza del Portichuelo, de un aire barroco-mudéjar, con la iglesia de Santa María de Jesús. Un pasado andalusí que se manifiesta en la Iglesia de El Carmen, como también lo tiene el Postigo de la Estrella.

Rutas con leyenda

José Antonio Muñoz Rojas era dado a recorrer los caminos que salían de Antequera y perderse por La Vega por el simple deseo de escuchar a los pájaros, detenerse en un arroyo, observar cómo crece un lentisco o la jara. Por sus libros hay melancólicos recuerdos de sus años infantiles y ya de joven. Canta a los ruiseñores, a las mariposas y a las cochinitas y en la Laguna de Fuente de Piedra almacena atardeceres, algunos rosados, del color de los flamencos que anidan y crían en este humedal protegido durante los meses de marzo a julio.

En los viñedos de Mollina, el pueblo donde muere, hay que visitar las viejas bodegas para catar el primer mosto.

No dude en perderse en El Torcal, monumento de la naturaleza que deja perplejo al visitante ante las veleidosas formaciones del paisaje kárstico, declarado paraje naturalpara su conservación.

Y en los caminos que llevan a Granada, en la lejanía, pero muy cercana para Muñoz Rojas, la Peña de los Enamorados y la leyenda de los dos amantes, uno cristiano y ella mora, que antes de verse separados determinaron morir juntos, arrojándose desde la cumbre y dejaron su nombre a la montaña que se enseñorea en La Vega.