Ruta en moto Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas

Ruta en moto Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas
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En ruta por el mayor pulmón natural de la Península
A pesar de ser un espacio natural muy conocido, el enclave y en concreto este trayecto nunca dejan de sorprendernos. En esta ruta rodearemos una pequeña parte del gigantesco conjunto de montañas del parque natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, el segundo espacio protegido más grande de Europa, recorriendo carreteras que parecen trazadas para la moto. Desde Cazorla, nada más conquistar el puerto de las Palomas, ya tenemos una espectacular panorámica de la enorme belleza que nos espera. Bosques, quebradas, ríos, arroyos y cerradas se suceden sin parar. Coto Ríos o el Borosa sólo son el preámbulo fluvial que nos acerca al gran embalse del Tranco. Adentrarse en el parque natural es sumergirse en la naturaleza salvaje de un río Guadalquivir recién nacido. El regreso por la sierra de Las Villas nos descubrirá lugares desconocidos y aislados del mundanal ruido, un recorrido largo, en solitario, alejados del turismo de masas. ¿Imagináis doblar curvas disfrutonas, sentir el viento fresco de la sierra y oler el intenso aroma de la resina? ¡Es soñar con un viaje imposible hecho realidad!

En ruta 

Partimos desde la pintoresca y bulliciosa Cazorla, de la Plaza Vieja y con el castillo de la Yedra a nuestras espaldas, recortando el horizonte sobre el blanco caserío serrano (parada 1). Enseguida, casi sin discontinuidad urbana, llegamos a La Iruela. Su castillo, que algunos dicen templario, parece colgar de la montaña, justo por encima nuestra. Seguimos ruta con imponentes vistas a una campiña tapizada de olivos, a nuestra izquierda, para atravesar el pueblo de Burunchel y comenzar la subida al puerto de Las Palomas. La carretera es sinuosa, con mucho tráfico y asfalto muy pulido. Conviene tener precaución.

En la cima del puerto, a 1.200 metros de altitud, podemos detenernos en el mirador y disfrutar con las impresionantes vistas al interior del valle del Guadalquivir (parada 2). Sobre nuestras cabezas sobrevuelan buitres enormes, un adelanto de la riqueza faunística del espacio natural. Nos sentimos pequeños en la inmensidad de estas sierras. Bajamos al fondo del valle entre enormes montañas que nos flanquean a uno y otro lado, rodeados de una vegetación frondosa y colorida. El Guadalquivir a nuestra vera, todavía joven, poco más que un arroyo. Es habitual ver ciervos, ardillas y jabalíes, que cruzan una carretera sinuosa, con algunos badenes. Debemos bajar el ritmo.

Dejamos atrás el poblado maderero de Vadillo Castril, la imponente Cerrada del Utrero y el populoso núcleo turístico de Arroyo Frío para llegar a la Torre del Vinagre, centro de interpretación de la fauna serrana con un interesante jardín botánico (parada 3). Merece la pena hacer una parada para visitarlo, reponer fuerzas y, si se desea, caminar por el aledaño sendero del río Borosa, un itinerario a pie que impresiona. Rodamos ahora en paralelo al río hasta culminar en las colas del pantano del Tranco de Beas, el primero que embalsa las aguas del Guadalquivir. A nuestra derecha, en primer plano, el Parque Cinegético Collado del Almendral; al fondo, como salido de una crónica legendaria, se eleva el castillo de Bujaraiza en medio del cauce fluvial y anclado a la isla de la Viña.

Junto a la presa encontramos el pantalán del barco solar, con una ruta muy recomendable, y algunos bares y restaurantes, buen sitio para hacer acopio de la cultura gastronómica de la sierra (parada 4). Se trata de platos contundentes, de honda raíz, como gachamiga, andrajos o ajoharina, también pisto serrano, una amplia diversidad de embutidos, incluidos los de carne de monte, y guisos de ciervo y jabalí. Pero si hay alguna elaboración culinaria que estamos obligados a degustar, son el cordero segureño, asado o en caldereta, y la trucha en sus distintas formas de preparación.

Tras el embalse, doblamos por la A-6202 siguiendo el curso del Guadalquivir y dejando a levante la Sierra de Segura, ¡un macizo inexpugnable! Lugar de nacimiento del río Segura, es tierra de aldeas diminutas, hatos de oveja segureña e inmensos bosques de pino salgareño… Cuna del silencio, queda para otra ocasión. Continuamos río abajo por un impresionante desfiladero, un cañón que nos hará sentir muy pequeños. Por el Charco de la Pringue cruzamos el río y ascendemos a la sierra de Las Villas, tan desconocida como mágica (parada 5). Iniciamos una subida vertiginosa y difícil, en zigzag, el tramo más agreste, solitario y desconocido de todo el parque natural. Desde el mirador Tapadero impresiona la vista, da la sensación de estar volando entre riscos (parada 6). Seguimos ruta muy despacio, circulando entre 1.000 y 1.400 metros de altura, entre pinos y cipreses. Rodamos por una carretera solitaria, muy estrecha e irregular, con baches producidos por las raíces de los pinos, grava y hojarasca en algunos tramos. Conviene ir sin prisa, disfrutando del silencio y pendientes de la conducción.

Tras muchos kilómetros en soledad, la carretera desciende hasta llegar al pequeño embalse del Aguascebas (parada 7). Sus aguas, de un azul profundo, nos trasladan a lo que nos parecerá un entorno alpino en el corazón de Andalucía. Ya asoma la campiña y nuestra meta se aventura cercana. Antes de que la sierra quede en un recuerdo, descabalgamos y nos acercamos a la cascada de La Osera, el paseo no defrauda. Seguimos en bajada hasta el pueblo de Chilluévar, con vistas espectaculares del Gilillo, el pico que corona la villa de Cazorla. Por la A-6204, una carretera más ancha y rápida, llegamos de nuevo a la ciudad, comienzo y punto final de nuestra ruta. 

Punto selfie #lasvillas

Mirador Tapadero, con vistas impresionantes a los desfiladeros del norte de la sierra de Las Villas. Los paredones verticales sirven de refugio y criadero de un buen número de aves, siendo las rapaces las más emblemáticas. Podemos admirar el vuelo de buitres y alimoches, ascendiendo con las corrientes de aire caliente desde el fondo del valle.
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