Ruta en moto Sierra de los Alcornocales
En ruta
Arrancamos en Alcalá de Los Gazules (parada 1), puerta del parque natural de Los Alcornocales. Ascendemos por la A-375 rodando por carreteras con mucha pendiente y asfalto gastado, con muy poco agarre. Debemos ir muy atentos, especialmente en mojado, una situación bastante común en estas sierras que son de las más lluviosas de la Península Ibérica. El trazado es muy sinuoso, con tramos de grava y baches. Es mejor circular despacio, disfrutando de un paisaje que, como poco, es espectacular, con bosques que tapizan cada metro de la montaña y una vegetación extremadamente frondosa.
Tras alcanzar el Puerto de Gáliz (parada 2), que cuenta con venta y un curioso santuario, tomamos dirección sur por la C-3331 buscando Jimena de La Frontera. En camino, es recomendable la visita al antiguo poblado de La Sauceda, un lugar encantado del que emergen riscos altaneros que parecen poseer vida propia. La carretera sigue siendo muy sinuosa, con asfalto sucio y en mal estado, enroscada en un manto mágico de luz cambiante, entre bosques de alcornoques, encinas, pinos y una cohorte de matorrales aromáticos y llamativos colores. Sobre todo, en días lluviosos, la niebla, la humedad y las rocas tapizadas de verde musgo parecen darle vida al bosque, que parece habitado por criaturas mágicas que se ocultan tras árboles centenarios.
Llegando al puerto de Las Asomadillas (parada 3), las vistas que nos ofrece del valle del río Hozgarganta son absolutamente espectaculares. De sorprendernos la noche en ruta, comprenderíamos porque no debe extrañarnos que la majestuosa Sierra de Cádiz haya sido declarada Destino Starlight: la calidad de sus cielos, para la observación nocturna, es todo un privilegio para el viajero que se atreva a rodar por estos contornos.
Ya en el pueblo de Jimena de la Frontera (parada 4), declarado Conjunto Histórico-Artístico, merece la pena recorrer sus pintorescas calles y subir hasta su castillo. Podemos aprovechar para degustar la gastronomía serrana, sustentada en los guisos de carne de caza, como el estofado de venado y setas, el lomo de venado al ajillo o el arroz con conejo de campo, así como otras elaboraciones de la tierra, caso de las sopas de espárragos y tagarninas o las berzas gaditanas. Imperdonable marchar sin degustar su queso de cabra payoya.
La carretera, que ahora discurre con mucho más tráfico, pasa a ser amplia y rápida, aunque su asfalto sigue siendo poco rugoso. En Castellar de la Frontera podemos subir a su castillo por la variante marcada, uno de los pocos ejemplos de castillo habitado hasta el día de hoy. El callejero de su interior es un viaje a un pasado que dejará huella en nuestra memoria, ofreciendo vistas espectaculares del Campo de Gibraltar, con el Peñón al fondo. Más adelante, cerca de Los Barrios, dejamos la carretera principal para derivarnos por una más sinuosa. La brisa en la cara nos avisa de la cercanía del mar. Rodamos ahora por el Campo de Gibraltar más desconocido y solitario, pero no hay que bajar la guardia, pues sigue habiendo tramos bacheados.
El último trayecto lo haremos por la antigua carretera nacional, ahora C-440-a, que quedó en desuso tras la construcción de la autovía A-381. Esta carretera tiene el encanto de lo decadente, donde la falta de mantenimiento permite que la naturaleza se abra paso entre el asfalto. Pasamos por sitios muy pintorescos, como el enclave natural Montera del Torero (parada 5), una roca horadada que, con su curiosa forma, nos recuerda dicha prenda; o las colas de los embalses de Charco Redondo y Barbate, que nos dejarán de nuevo ante la bella estampa de Alcalá de los Gazules, soberbio punto final de nuestra ruta.
Punto selfie #castillocastellar
Oculto en el corazón del parque natural de Los Alcornocales, el castillo de Castellar acoge en su interior una espectacular villa fortaleza que, pese a los muchos avatares, sigue habitada. Se trata de pueblo coqueto, amurallado y presidido por su imponente alcázar. Declarado Bien de Interés Cultural, en sus calles, estrechas y de casas blancas, resalta el colorido de macetas, flores y buganvillas, dando un gracioso toque a las fachadas.