Hay algo de marino en el espíritu de los motoristas, siempre a merced del viento, pequeños entre tanta inmensidad. En esta sencilla y agradable ruta por la costa onubense navegamos por carreteras que nos llevan de puerto a puerto y de playa a playa, al ritmo de las mareas y descubriendo múltiples refugios para disfrutar de un alto en el camino. Una ruta como esta, con más 150 kilómetros a merced de la brisa marina y sintiendo como el aroma a sal envuelve tu cuerpo, ¡son sensaciones a flor de piel! Se trata de carreteras abiertas, plácidas y con mucha recta, con la presencia del océano Atlántico como firme acompañante. Es una ruta para despertar placeres olvidados en cualquier época del año, para sentir esa sensación tan especial que irradia la luminosidad de la costa de Huelva.
En ruta
Comenzamos en uno de los puntos cardinales de nuestro país, en la frontera con Portugal. El Guadiana fluye aquí bajo el gran Puente Internacional (parada 1) que une España con el país vecino, donde el río cede sus aguas dulces a la ‘mar océana’. Desde el puente que une Ayamonte con su compañera portuguesa Vila Real de Sto. Antonio, la panorámica de la desembocadura es espectacular. En silencio, asomado al río, el pueblo y sus pequeños barcos pesqueros nos relatan, con cierta melancolía, las historias de su pasado. Ayamonte nos sorprende por su carácter fronterizo, pero también por el pequeño ferry, que nos traslada a Portugal en un corto trayecto, y por su agradable puerto deportivo, en la ría y a pie del casco urbano.
Para llegar a Isla Cristina recorremos una carretera recta, que transita entre salinas y marismas, bordeando el paraje natural. Merece la pena recorrer su bullicioso puerto pesquero (parada 2). Situado en la Ría Carreras, es el más importante de la provincia de Huelva y nos regala unas puestas de sol espectaculares. La ruta continúa por una carretera recta y sin dificultades, rodando entre pinares y paralela a la costa. Presenta numerosas entradas para acceder a una playa larguísima, casi virgen, sólo interrumpida por los núcleos turísticos de Islantilla y La Antilla. Precaución en verano por el aumento de tráfico.
Siguiendo en ruta por pueblos costeros y sabor marinero, llegamos al pequeño puerto de El Terrón (parada 3), al fondo de la Ría del Piedras. El lugar es magnífico para reponer fuerzas en sus genuinas tascas de pescadores. Momentáneamente nos alejamos de la costa para penetrar en el interior, pasando por las localidades de Lepe y Cartaya (parada 4). Cuidado con la calzada que nos lleva hasta el agradable puerto de El Rompido (parada 5), pues durante todo el año soporta un tráfico intenso. Encontraremos numerosos restaurantes a pie de playa, buen lugar para degustar la famosa gamba blanca de Huelva, sus coquinas, el pescado frito o a la plancha, sus guisos de choco o atún, la raya al pimentón y un sinfín de platos típicamente marineros. Rodamos después entre pinares, paralelos a la Flecha de El Rompido, una inmensa barra de tierra que separa la ría del mar, junto a la desembocadura del Río Piedras. En camino, un singular bosque de enebros, sabinas y pinos nos indica el rumbo a seguir para alcanzar un bellísimo atardecer en cada puesta de sol. Merece la pena hacer un alto en su mirador (parada 6) y disfrutar de un escenario más que apetecible.
Tras superar El Portil, las dunas amenazan con invadir la carretera mientras que los pinos nos acompañan hasta la cercana Punta Umbría, otro pueblo pesquero de playas infinitas. Llegamos a Huelva por autovía. Aquí podemos coger la alternativa marcada y recorrer el dique Juan Carlos I (parada 7). Siendo el espigón más largo de España, atraviesa el paraje natural de las marismas del Odiel. Con seguridad, en sus salinas y a pie de carretera encontraremos flamencos.
Tras una atractiva visita a Huelva (parada 8), según algunos la Atlántida olvidada, salimos de la ciudad por el monumento a Colón. Donado por Estados Unidos en 1929, se eleva donde se unen las aguas de los ríos Tinto y Odiel para desaguar en el Atlántico. Enfrente, el muelle de las Carabelas y el monasterio de la Rábida. Por la N-442 se atraviesa el Polo Químico para superar Mazagón y adentrarnos en el parque natural de Doñana. Rodamos ahora por la A-494 paralelos a la costa, por una carretera recta que cabalga entre dunas y pinares hasta llegar a la playa de Matalascañas (parada 9). En un giro de 90º, abandonamos definitivamente la costa para recorrer una carretera amplia y recta, que nos llevará al final de la ruta, la aldea de El Rocío. En el corazón del parque nos recibe la impactante y blanquísima imagen de su ermita, elevada junto a la marisma de La Rocina.
Punto selfie #tapon
‘Tapón de Matalascañas’ o Torre de la Higuera. Situada en la playa de Castilla, se trata de los restos de una torre vigía del siglo XVI. Levantada para defender la costa de corsarios y piratas, fue destruida por dos veces, con el terremoto de Lisboa de 1755 y en el tsunami posterior. Está catalogada como Bien de Interés Cultural.