Provincia de Sevilla
La Catedral de Sevilla reúne importantes obras de arte, como el gran Retablo Mayor (1482-1525), cuya traza se debe al flamenco Pyeter Dancart. En la Capilla de Scalas, el Retablo de la Virgen de la Granada, de Andrea della Robia (s. XV), terracota de exquisita factura de una de las grandes figuras del Quattrocento florentino.
En la Capilla de San Hermenegildo, el Sepulcro del Cardenal Cervantes, de Lorenzo Mercadante (1458), excepcional monumento en alabastro. En la Sacristía Mayor se distingue el Descendimiento, de Pedro de Campaña (1547), impresionante pintura sobre tabla. En la Sacristía de los Cálices, el Cristo de la Clemencia, de Martínez Montañés (1606) es modelo de Crucificado en la imaginería barroca sevillana.
En la Capilla Bautismal se sitúa un San Antonio, de Murillo (1656), monumental lienzo lleno de aciertos pictóricos. En el trasaltar Mayor se muestra el Triunfo de la Eucaristía, de Herrera el Mozo (1656), cuadro de suntuoso colorido. La Sacristía de los Cálices alberga las Santas Justa y Rufina, de Goya (1817), lienzo de gran formato, con el que cerramos el recorrido catedralicio.
Tres piezas arqueológicas sevillanas destacan por su interés: Astarté, bronce fenicio exponente del principio religioso femenino en el Mediterráneo oriental; la efigie de Trajano, natural de Itálica (s. II), como emperador héroe-dios, obra rotunda y singular, y la Venus de Itálica (s. IV a.C.), excepcional pieza de Afrodita Anadyomene con atributos marinos, realizada en mármol de especial transparencia (Museo Arqueológico).
En pintura es necesario ver varias telas; en el Museo de Bellas Artes, el espléndido Retrato de Jorge Manuel Theotocópuli, de El Greco (h. 1605); la Imposición de la casulla a San Ildefonso, de Velázquez (h. 1623) es un singular cuadro de especial intensidad. La magnitud y calidad de la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino, de Zurbarán, lo convierten en uno de los cuadros emblemáticos del barroco. Del mismo pintor se encuentra la serie de la Cartuja de las Cuevas.
De Murillo se ofrece una Dolorosa que reúne las mejores características de su autor; Las Cigarreras, de Gonzalo de Bilbao (1915) es síntesis de las tendencias impresionistas y de realismo social de fines del XIX.
Los Jeroglíficos de las Postrimerías de Valdés Leal (1671-72) representan una impresionante alegoría sobre la Vida y la Muerte en dos cuadros de magnífica factura (Hospital de la Caridad). La apoteosis de Hércules es un techo pintado por Pacheco (1640), maestro de Velázquez, que se puede ver junto a una gran colección de cuadros de Sebastián del Piombo, Pantoja de la Cruz, Carreño de Miranda, Van Loo, Lucas Jordan y un exquisito Goya de asunto taurino (Casa de Pilatos).
La imaginería sevillana es pródiga en obras de arte del mejor patetismo barroco; Jesús de la Pasión, de Martínez Montañés (1610-1615) y el Cristo del Amor, de Juan de Mesa (1618-20) son ejemplos maestros (Iglesia del Salvador), junto al majestuoso Gran Poder, también de Juan de Mesa (Plaza de San Lorenzo, Basílica) y el hermoso Cristo de la Expiración, El Cachorro, de F.Antonio Gijón (1682), de arraigada devoción popular ( Capilla del Patrocinio).
Los pueblos de la provincia guardan verdaderos tesoros artísticos, como la Custodia Procesional de Francisco de Alfaro (1579-84), joya de orfebrería en plata de exquisito cincelado (Iglesia de Santa María, Carmona); la pintura El Calvario, de Rivera (1625-26), realizado en Nápoles por encargo del Duque de Osuna (Colegiata, Osuna); un cuadro de El Greco, la Magdalena penitente (Iglesia de S. Eutropio, Paradas) o una pintura sobre tabla de primer orden atribuida a Bernardino Luini, discípulo de Leonardo (Santa María de la Mesa, Utrera).