Los ritos antiguos de Tartesos. Cádiz, Huelva
Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del Guadalquivir, es uno de los lugares donde los historiadores han querido situar el enclave de la antigua Tartesos, una civilización legendaria surgida alrededor del 800 a.C. y que, a través de sus lazos comerciales con todo el Mediterráneo, alimentó la imaginación de muchos pueblos, entre ellos la de los griegos.
Aunque la ubicación aquí de Tartesos jamás haya quedado demostrada. Sanlúcar es un lugar cargado de referencias. Su propio nombre -Santo Lugar o So-lucar- parece deberse a la existencia de un antiguo templo a un dios solar del que hoy no quedan vestigios, pero sí perviven -lógicamente adaptados- los ancestrales rituales de exaltación de los sentidos a que se consagraban estos templos.
Buena prueba de ello la constituyen los estados de elevación de la conciencia a los que conducen las degustación mesurada de la manzanilla -un delicado vino de crianza- y del marisco, las principales industrias locales. Un recorrido por sus calles constituye una experiencia mágica inolvidable.
Desde Sanlúcar puede cruzarse a la otra orilla del Guadalquivir, donde comienza el Coto de Doñana, una gran reserva de naturaleza y al mismo tiempo un lugar de fuerte carga telúrica. Allí anidan las aves migratorias procedentes del centro de Europa, los ánsares y las ocas que fueron sagradas desde la más remota Antigüedad y crearon los mitos de la Madre Oca, la Melusina de los cuentos iniciáticos, que han sobrevivido, vulgarizados, en el popular juego de la Oca.
Cruzando el coto por los caminos forestales se llega a la aldea del Rocío, un enclave mítico, que cada año en primavera congrega a casi un millòn de peregrinos venidos de toda España, para celebrar una romería en honor de la Virgen del Rocío, llamada también la Blanca Paloma o Reina de las Marismas. Esta peregrinación, a caballo o andando a través de los pinares y arenales del Coto, utiliza actualmente todos los elementos del ritual católico, pero enlaza con antiguas ceremonias paganas en honor de Astarté y Demeter, diosas de la fecundidad y de los ciclos de la Luna de las civilizaciones tartesias, griegas y romanas. Muchos de aquellos viejos ritos mágicos de la fertilidad se conservan aún hoy, y no sólo aquí, en el Rocío.
Otras romerías, como la de Setefilla, en Lora del Río, la de la Asunción, en Cantillana, o la de Escardiel, en Castilblanco de los Arroyos, participan, aunque en menor medida, de características parecidas.
Desde Sanlúcar en dirección a Sevilla, evocaremos los lugares donde los griegos situaron la escenografía de algunas de sus más preciadas hazañas mitológicas. Por aquí anduvo Hércules, fundador de Sevilla, según la leyenda, y que, con la sola fuerza de sus brazos, separó Europa de África, abriendo el Estrecho de Gibraltar y dejando a cada lado una de sus columnas. En estas marismas pastaban los rebaños del rey Gerión, que el propio Hércules tuvo que robar para cumplir uno de los penosos trabajos que le fueron impuestos.
Aquí situaba también la tradición helénica el jardín de las Hespérides -el huerto paradisíaco donde habitaban las tres hijas de Atlas- y el lugar de origen de las Gorgonas, las Parcas -hijas de la Noche-, los Cíclopes, las Moiras y los Hecatonquiros. Como el valle del Nilo, en Egipto, la Mesopotamia, entre el Tigris y el Éufrates, o la cuenca del Ganges, en la India, el valle del Guadalquivir ha sido la matriz de culturas poderosas, algunos de cuyos rasgos sobreviven hasta nuestros días. Los juegos con el toro, fiesta de hondas y antiguas resonancias mediterráneas, pueden ser uno de ellos.