El Exotismo Orientalista. Córdoba, Granada
Si bien las ciudades y los parajes en los que resulta más palpable el legado árabe fueron los más visitados, la vida y el sentir de sus gentes interesaban tanto como la monumentalidad.
Los patios y sus vecinas, la profusión de flores, la vida en la calle, los mercados, las fuentes, la indumentaria y las actitudes femeninas y, cómo no, la coquetería del abanico, cautivaban o, al menos, sorprendían al anglosajón y al centroeuropeo, acostumbrado a una vida de puertas adentro.
Las familias nobles y burguesas recibían a estos visitantes en fiestas y meriendas, y, de este modo, tenían ocasión de observar la doble funcionalidad de las viviendas: el piso alto reservado para el invierno y el bajo, destinado al largo verano.
En Granada, las zambras gitanas y las cuevas del Sacromonte transportaban al viajero a un mundo insólito y desusado, que ya había intuido en los seductores patios de una Alhambra que en 1843 empezaba a ser restaurada. En el otro extremo de Andalucía, la noche sembrada de antorchas centelleantes en la Mezquita cordobesa o la desnuda soledad de las ruinas de Medina Azahara, residencia que fuera de los califas a sólo cinco kilómetros de Córdoba, rememoraban una osadía y una fuerza de espíritu, acordes con el ideal romántico.