Caminos de Bandoleros. Sevilla, Cádiz
Los bandoleros, además de protagonistas de dramas románticos, muy al gusto de los prosistas europeos, eran el terror de los caminos andaluces. Las líneas de comunicación habituales, bien atravesasen la campiña o la serranía, eran salteadas por estos hombres conocedores del terreno y de la suerte que se jugaban. Su grado de especialización era tal que utilizaban distintos caballos, debidamente adiestrados, según tuvieran que correr a campo abierto, perseguidos a través de la campiña por Migueletes, o huir monte arriba, saltando por encima de precipicios y remontando escarpadas pendientes.
Convertidos, a veces, en héroes populares, su fama agitaba la vida y la imaginación de los muchos pueblos a los que salpicaban sus meteóricos asaltos. Los famosos Niños de Ecija, que ganaron su imperecedero renombre en el corto período que separa a 1814 de 1818, dominaban la campiña y las sierras de Córdoba y Sevilla. También Utrera, ciudad de castillo y murallas, sufrió la amenaza de los bandoleros en sus ricos cortijos, dispersos por entre los llanos y las lomas de su extenso término.
Más al sur, sus hazañas llegaban hasta la serranía de Ronda, a los espesos alcornocales de Jimena de la Frontera y a la deslumbrante blancura de Medina Sidonia. Rápidos como el viento del Estrecho y huidizos como los torrentes que surcan las esquinadas sierras andaluzas, el bandolero se perdía en la exuberante variedad de la tierra que lo vio nacer.