Mojácar y la leyenda de Mariquita la Posá
La leyenda surge a raíz de una epidemia de peste que sufrió el bello municipio de Mojácar, trágico acontecimiento que provocó numerosas muertes. En una cueva, situada en el centro del pueblo y que aún podemos apreciar en la cuesta del mirador de la Plaza Nueva, habitaba un viejo ermitaño al que todos consideraban como hechicero o mago y al que recurrían cuando necesitaban algún elixir curativo.
Cuando la peste era más letal y diezmaba sin misericordia a la población, el alquimista afirmó poseer una fórmula mágica que podría curar a todos los enfermos y poner fin a la epidemia. Pero ponía una condición para suministrarla: que una joven y bella muchacha, de nombre María y a la que llamaban Mariquita, accediera a casarse con él.
La muchacha se negó, pero la peste se extendía. Su propia familia la presionó de tal manera que finalmente accedió a casarse. Tras el matrimonio, el hechicero demoró la entrega de la pócima mágica temiendo que la joven, una vez que todos estuvieran sanos, lo abandonara. Era consciente de que María sentía repulsión por su persona.
En efecto, María urdió un plan. Había visto un tarro celosamente oculto y una noche, mientras el mago dormía, lo robó y repartió su contenido entre la gente del pueblo. Los vecinos empezaron a sanar, así que María tomó la determinación de librarse de su marido antes de que despertara. Cogió otro tarro de cierto elixir maligno y vertió el contenido en la boca del hechicero, con tan mala suerte que al agitar el frasco le cayó una gota en la mano derecha, lo que la convirtió en víctima del mismo encantamiento. Ambos desaparecieron sin dejar rastro.
La leyenda dice que nadie volvió a verlos jamás y que vivieron en la cueva por toda la eternidad. Es más, al observar la cueva con un poco de imaginación es posible que pueda apreciarse la cara de aquel maldito hechicero, como recordando para siempre aquella traición. En recuerdo de Mariquita, cuando sus paisanos pasan por la cueva le cantan una copla: "Sal, sal Mariquita la Posá, la que tiene la mano agujereá, si no la tuviera, todo el mundo pereciera”.
Una leyenda con todos los componentes para descubrir la bellísima Mojácar, sin olvidar la presencia del llamado ‘muñeco mojaquero, el indalo, que se solía pintar con arcilla roja en casas y cortijos, a modo de símbolo protector.