El flamenco en Madrid. La Copa Pavón. Segunda Llave de Oro del Cante
El flamenco en Madrid. La Copa Pavón. Segunda Llave de Oro del Cante
El éxito que el cante flamenco había cosechado entre el público hizo que la capital, Madrid, se convirtiera en centro cantaor desde principios del siglo XX. La mayoría de los artistas de renombre decidieron asentarse en "La Corte" para dar sentido a su carrera artística y comenzaron a proliferar los espectáculos en teatros. Aprovechando la repercusión del primer concurso de 1922 en Granada, el empresario del madrileño Teatro Pavón, situado en la calle Embajadores, decidió crear la llamada Copa Pavón, un galardón que serviría para aumentar el prestigio del cantaor premiado. La final se celebró el 24 de agosto de 1925 y los participantes fueron el Niño Escacena, Pepe Marchena, el Cojo de Málaga, El Mochuelo y Manuel Vallejo, que resultaría el ganador indiscutible del certamen.
Sin embargo, un año después la cosa cambió. El triunfador fue Manuel Centeno, que interpretó unas magníficas saetas, pero en el ánimo de todos quedó que debería haber recaído de nuevo del lado de Vallejo, por lo que fue el propio don Antonio Chacón el que decidió, en desagravio, entregarle la Segunda Llave de Oro del Cante al maestro sevillano, que recibió el obsequio fundado por el Nitri de manos de Manuel Torre.
Toda esta parafernalia, repetida en multitud de ocasiones por diferentes puntos de España -aunque no con tanta repercusión-, generó lo que posteriormente se ha dado en llamar la Ópera Flamenca, sin duda la etapa más polémica del género.
La Ópera flamenca
En los años 20 los carteles que anunciaban los espectáculos comenzaron a sellarse con una polémica etiqueta: "Ópera flamenca". El término no ha terminado aún de ser aceptado por muchos expertos, porque según ellos esta época supuso una adulteración de los estilos flamencos, ya que la mayoría de los cantaores dejó de lado palos tan fundamentales como la soleá, la seguiriya, la toná, el tango o la bulería, para dedicarse plenamente al fandango, a los estilos de ida y vuelta y a los cuplés.
Y ciertamente surgieron en estos años muchos "fandanguilleros", pero no hay que olvidar que en este "boom" también se gestaron figuras como Juan Valderrama -grandísmo conocedor de todos los estilos-, Pepe Marchena -que pese a que en algunos sectores no gusta grabó todos los palos-, Caracol -idem de lo mismo- o, cómo no, Pastora Pavón Cruz, creadora de una escuela que aún hoy sigue siendo venerada, si bien también adquirieron relieve otros artistas como Porrina de Badajoz, Angelillo y José Cepero.
En realidad aquel título operístico no respondía más que a la necesidad de atraer público a los teatros y los cantaores no hicieron sino satisfacer las demandas del respetable, que prefería la sentencia de un fandango a la jondura de una seguiriya. En realidad la invención del título "Ópera flamenca" se debe al empresario más importante de la época, el señor Vedrines, que junto a su cuñado Alberto Montserrat se aprovechó de una disposición tributaria de 1926. Según la citada disposición, los espectáculos públicos, como las variedades y los cafés cantantes, tenían que pagar un 10 por ciento, mientras que los de conciertos instrumentales y la ópera sólo contribuían con un tres por ciento. Esta diferencia del 7 por ciento llevó al señor Vedrines a llamar a los espectáculos con el nombre de "Ópera flamenca", en una inteligente triquiñuela comercial que abrió el flamenco a los grandes espacios: las plazas de toros estaban en auge. Y también el baile, que cuenta con figuras de la talla de Antonia Mercé la Argentina, Pastora Imperio, Vicente Escudero, y Encarnación López la Argentinita, una generación a la que seguiría la compuesta por Pilar López, Carmen Amaya y Antonio.
Por último, el cante ve progresar a artistas como los gaditanos Aurelio Sellés, Pericón, La Perla de Cádiz, El Flecha, Macandé y Manolo Vargas o los jerezanos Terremoto, El Sordera, María Soleá y La Paquera.